El dilema ético de cortar o no cortar rutas Por Toty Flores
(*)Por Toty Flores
La ciudad sitiada por piqueteros”. “Corte total en la Panamericana”. “Piqueteros cortan la Avenida de Mayo y el Obelisco”. “Congestión en la ruta 2 por piquetes a la altura de…”. “Ruralistas piqueteros cortan la ruta del Mercosur”. “En Caleta Olivia desocupados petroleros bloquean los accesos a las plantas”. Y podríamos llenar las páginas de los diarios con títulos parecidos. Y algún periodista, devenido analista político, dirá en algún canal de televisión, con el rostro serio para darle más énfasis a la afirmación, “enormes pérdidas causan al país los cortes de rutas” o “los taxistas no trabajan por culpa de los cortes de calles” o “el malhumor social aumenta porque los automovilistas se enojan con los piqueteros”. Los programas más serios invitarán a algún jurista para que desde el punto de vista del derecho explique por qué los derechos al trabajo, a defender los recursos naturales, a la salud, a la educación, a una jubilación digna, a que no haya explotación sexual, a mejores salarios, etc... –motivos vitales por los que hombres y mujeres de distintas clases sociales se convocan al “piquete”– se contradicen con el ¡¡¡derecho a transitar libremente!!! Por supuesto con la ayuda de algún “movilero” que tratará por todos los medios de hacerle decir al afectado-entrevistado los inconvenientes causados. Tarea muchas veces difícil cuando el reclamo es legítimo.
Y el habitante superficial, trivial, consumista, repetirá miles de veces estos argumentos interesados, surgidos mayormente desde la frivolidad y la liviandad del pensamiento, y otras, la gran mayoría, desde los intereses sectoriales o políticos ocultos, que dominan la opinión de un sinnúmero de personas. Y a esta altura, y también desde la superficialidad y solamente con el ánimo de polemizar, me dan ganas de decir; que no son los “piqueteros” los que causan enormes pérdidas al país llevándose al exterior, 150 millones de dólares, tal cual dijera el cardenal Bergoglio. No son los piqueteros los que saquean a las clases medias con tarifas de servicios públicos abusivas, impuestos y otras yerbas, que limitan el derecho a viajar en taxis. No son los piquetes las causas del mal humor social, sino la violencia del “ninguneo”, de la mentira, de la impunidad, de la falta de justicia, del capitalismo de amigos, de la injusticia social. Los piquetes son nada más que el emergente de esta situación insostenible para la sociedad. ¿Y el derecho? Confieso que sé muy poco, estoy seguro de que como la mayoría de los piqueteros. Alguna vez la vida me jugó una mala pasada y por el año 95 quedé desocupado y me hice piquetero. Y no es fácil resolver la cuestión desde el derecho formal, para aquellas personas que creen que han sido vulneradas, hasta en su dignidad. Solamente es posible actuar con tranquilidad de espíritu si se plantea el dilema desde la ética. ¿Es correcto pedirle al transeúnte algunos minutos de su vida para hacerle saber que hay otros hermanos que están sufriendo por la falta de solución a sus reclamos? ¿Es justo que cuando se han agotado los caminos institucionales del reclamo tengas que recurrir a estos métodos que vulneran el derecho de los otros? Solamente podrás responderte desde la legitimidad de tu demanda.
Profundizando la discusión, podríamos reconocer en los movimientos piqueteros un movimiento social particular, con múltiples demandas que buscan su identidad y donde no todos son iguales. Y que surgen cuando las instituciones existentes no dan salida a sus reclamos.
“Los movimientos sociales representan, siempre, históricamente, la expresión de modificaciones sociales que sobrepasan los límites del proceso de identidad y re-conocimiento social institucionalizado (…) Enunciando rupturas con la institucionalidad existente, ellos son rechazados por la sociedad institucionalizada. Ésta los arroja a una especie de ghettos”... (El eslabón perdido, clase e identidad de clase. Francisco de Oliveira).
Ésta es la cuestión: ¿qué hacemos con estos sectores de la sociedad que rompen con la institucionalidad porque sus demandas no son tenidas en cuenta? ¿Los invalidamos como ciudadanos dignos de habitar nuestro suelo argentino? Para algunos sectores de la sociedad discriminadora parece que sí. A los piqueteros pobres: ¿los mantenemos en la más absoluta pobreza para utilizarlos como clientes para ganar elecciones? Éste es el sueño de muchos dirigentes políticos, y no importa de qué signo sean, lo importante es que tengan hambre de poder. ¿Qué pasaría si las quince mil personas que viven en situación de calle en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires desfilaran con sus harapos pestilentes desde el Congreso a Plaza de Mayo el día de asunción de los nuevos legisladores? ¿Seríamos indiferentes, como somos ahora, cuando los vemos en una escalera de algún edificio público durmiendo en el frío tapados con diarios? Seguramente no. La sociedad se conmocionaría viendo desfilar ese ejército de menesterosos que pondría en peligro la viabilidad para las inversiones como país serio. Algún jefe de gobierno, sensibilizado, promovería la creación de alguna fuerza especial para hacer cumplir la ley de tránsito, para que el derecho soberano de transitar libremente no sea vulnerado. ¿Y nuestra mirada humanitaria, civilizada, occidental y cristiana? Sí. Está bien, en tanto y en cuanto, no nos ponga en el espejo del mundo porvenir. Porque ser piquetero es una posibilidad que nos cabe a todos; fíjense en los ruralistas. ¿Y la violencia? Es verdad, a más de un dirigente con ambición desmedida de poder le gustaría tener un ejército de piqueteros armados, como grupo de choque para “disciplinar” y poner “orden” a sectores de la sociedad que no quieran pagar retenciones excesivas, por ejemplo. Pero, entonces ¿los piqueteros son violentos? Difícil discusión. Solamente a modo de reflexión, transcribo un texto de Slavoj Zizek: “¿No es un intento a la desesperada de distraer nuestra atención del auténtico problema, tapando otras formas de violencia y, por tanto, participando activamente en ellas? Según cuenta una conocida anécdota, un oficial alemán visitó a Picasso en su estudio de París durante la Segunda Guerra Mundial. Allí vio el Guernica y, sorprendido por el “caos” vanguardista del cuadro, preguntó: ‘¿Esto lo ha hecho usted?’. A lo que Picasso respondió: ‘¡No. Ustedes lo hicieron!’. Hoy día muchos liberales, cuando se desatan explosiones de violencia como las producidas de un tiempo a esta parte en los suburbios de París, preguntan a los pocos izquierdistas que aún creen en una transformación radical de la sociedad: ‘¿No fuisteis vosotros los que hicisteis esto?’ ¿Esto es lo que queréis? Y deberíamos responder como Picasso. ‘¡No vosotros lo habéis hecho! ¡Esto es el resultado de vuestra política!’’… (Sobre la violencia. Slavoj Zizek.)
Cuando estoy terminando el escrito pedido, la tele trae la noticia de que una senadora apoyada por el vicepresidente Julio Cobos cambió su voto en el debate sobre la ley de medios audiovisuales “apretada” por la necesidad de caja del gobernador correntino. ¿Y la ONCCA? ¿La unidad básica de “punteros” ricos del régimen kirchnerista? ¿No deberíamos poner en debate qué hacer con estos focos de corruptela y clientelismo que afectan a los argentinos?
¿Y el dilema de cortar o no cortar rutas? Los movimientos sociales desaparecen cuando el reclamo que les dio origen se soluciona o cuando son derrotados definitivamente. Hoy la sociedad pugna para que haya república, para que los derechos humanos del presente sean respetados, para que la justicia funcione, para que haya gobiernos que realicen sus funciones desde la vocación de servicio y no para favorecer a los amigos, dirigentes sindicales que representen verdaderamente los intereses de sus afiliados, para que sean respetados los derechos de los niños y los ancianos, para que quienes tenemos responsabilidades políticas nos aboquemos a tratar 4 o 5 temas que se transformen en políticas de Estado, cuyo centro sea terminar con la violencia social de la pobreza. Pero si los dirigentes insisten empecinadamente en desoír los reclamos de la sociedad, el piquete seguirá “vivito y cortando”. Solamente con una sociedad integrada que esté dispuesta a tolerar la distribución de los ingresos que achique la brecha entre los más y ricos y los pobres, que respete la institucionalidad porque las instituciones funcionan como corresponde, que ponga en el centro las cuestiones éticas, estaremos en presencia del fin del piquete como método para el reclamo.
Los piquetes no me quitan el sueño de la Argentina de “mi hijo el doctor” de la justicia social y el “reino de la abundancia”, por el contrario, me desafían a concretarlos.