Volver a empezar
“No le debemos nada a nadie. Todo el viejo peronismo votó en contra”, dicen en el Gobierno. Las cuentas y llamadas a la madrugada. Las negociaciones con el SI y el socialismo. Preocupación por la asistencia casi perfecta de legisladores.
Por Daniel Miguez PARA PAGINA 12
Acababa de votarse tras 18 horas de sesión de tire y afloje la ley de retenciones móviles y Rossi era el muchachito de la película que conquistaba a la chica con el beso del final. Todos lo saludaban. Pese a que llevaba más de 24 horas despierto, la adrenalina no le permitió siquiera dormir una siesta cuando llegó a su casa, como, según cuentan, le pasó a la mayoría de la primera plana kirchnerista, entre legisladores y ministros, que operaron por igual durante toda la madrugada.
Para el Gobierno fue una votación decisiva, tanto que la Presidenta la considera algo así como el nacimiento del post-peronismo. “No le debemos nada a nadie. Todo el viejo peronismo votó en contra”, se le escuchó decir a la Presidenta en la intimidad de la quinta de Olivos, de lo que se deduce que en sus cuentas computa a todos los que se alinearon con el Gobierno -–adentro y afuera del Congreso– como capital político propio. Este renaciente kirchnerismo puro podría significar el fortalecimiento del proyecto de la transversalidad con el PJ que preside Néstor Kirchner como eje.
La Presidenta da por descontado que del Senado el proyecto saldrá hecho ley sin demasiados obstáculos. Por eso evalúa la votación de ayer como un hito profundo: siente que su gestión, su verdadera presidencia, empezará mañana. Y cree que luego de más de 100 días de desgastante conflicto con las cámaras agropecuarias está para recomenzar con el pie derecho. Esa esperanza en parte se sustenta en que los ruralistas “ahora tienen poco espacio” para retomar el lockout, y menos aún los cortes de rutas. Cristina Kirchner consideró importante que los cuatro dirigentes de las cámaras agropecuarias hayan ido ayer al Congreso a presenciar la votación. “Quizá fueron pensando que íbamos a perder la votación, pero lo cierto es que su presencia allí los compromete con el respeto a las instituciones de la república y con las decisiones de los representantes del pueblo”, le dijo a uno de sus allegados, una forma elegante de hacer ver que con ese acto quedaron embretados en cumplir la ley.
Para que el Gobierno tuviera su día de felicidad, sus principales integrantes tuvieron que transpirar mucho. Aunque confiaban en que alcanzarían el voto, les importaba mucho cómo se lograba esa mayoría y con qué costos. Respecto del número, Kirchner había pasado revista a los gobernadores y había contabilizado 134 o 135 votos, Rossi contaba 130 y el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, se hubiera llevado el pozo si hacían una polla, porque había vaticinado 129. Lo que ninguno creía era que iba a haber una diferencia tan apretada, ya que en el recinto había nada menos que 254 de los 257 diputados.
La principal preocupación del Gobierno era dotar a la ley (a la que la Presidenta y su esposo le otorgan tanta importancia como a la anulación de las de Obediencia Debida y Punto Final) del mayor consenso posible, algo que creían que iban a conseguir con el aporte del bloque del SI (el ARI disidente), de Claudio Lozano y hasta del socialismo. Hacia ese objetivo apuntaron todas las modificaciones al proyecto original para beneficiar a los pequeños y medianos productores. El objetivo era separar del bloque ruralista a la Federación Agraria y en ello trabajaron varios diputados que hicieron de nexo entre el titular de la entidad, Eduardo Buzzi, y el Gobierno, básicamente Ariel Basteiro (socialista aliado K), Eduardo Macaluse (SI) y Claudio Lozano (Proyecto Sur).
Entre esas idas y vueltas, según coinciden en contar la mayoría de los negociadores, Buzzi iba pidiendo cada vez más cosas. Así, Rossi comenzó planteándole a Alberto Fernández que había que sancionar la reforma a la Ley de Arrendamientos; días después, en una reunión con la Presidenta y Fernández, propuso eliminar una serie de condiciones para que se facilite el cobro de los reintegros a la mayor cantidad posible de pequeños productores y elevar a 750 toneladas el tope para los que iba a tener una retención de sólo el 35 por ciento. Lozano le fue a dar la buena noticia a Buzzi y volvió con otra propuesta: que el tope se eleve a 1500 toneladas, un monto de producción que ya excede a los afiliados a la Federación Agraria. “¡Eh, decile que pare! ¡Cada vez piden más!”, le dijo Alberto Fernández a Lozano.
Macaluse y su compañero de bloque Carlos Raimundi insistían con segmentar distintos volúmenes de producción. Suponían que si conseguían eso obtendrían el visto de bueno de Buzzi para votar junto al oficialismo, arrastrando al socialismo no kirchnerista para no ser los únicos de la oposición que quedaran pegados al oficialismo.
Según coincidían ayer legisladores del SI y funcionarios del Gobierno –-los primeros para justificarlo y los segundos para criticarlo–, Buzzi estaba atrapado entre dos fuegos. “(Hugo) Biolcatti (vice de la Sociedad Rural) se alió con De Angeli y le caminó la Federación Agraria. Entonces cuando Buzzi iba con una propuesta, en la Mesa de Enlace le decían que no, y en la Federación Agraria, la gente de De Angeli también le decía que no”, resumió un diputado consultado por PáginaI12.
Rossi y Alberto Fernández pensaron que aceptando la propuesta de SI y rebajando las retenciones al 30 por ciento para los que produjeran hasta 300 toneladas podían hacer una jugada a tres bandas involucrando también a Felipe Solá y los diputados que lo acompañaban. “Felipe, ¿te sirve esta segmentación para que te acerques a nuestra posición?”, le preguntó el viernes a la noche el jefe de Gabinete al ex gobernador bonaerense. Solá pidió un rato para responder y lo consultó con los radicales K que lidera Daniel Katz y obtuvo un no rotundo. Solá y Katz pensaban que con haber dado quórum ya habían hecho bastante.
Los del SI insistían que sin el socialismo ellos no acompañarían, por lo que las miradas del Gobierno apuntaron al gobernador de Santa Fe, Hermes Binner. Ya entrada la madrugada de ayer, Binner llamó al presidente de la Cámara, el jujeño Eduardo Fellner. “Hablen con Mónica Fein”, le dijo. Y allí fueron Rossi y también Macaluse a ver a la socialista de Santa Fe, a quien Binner le había pedido que hicieran lo posible por acercar posiciones. Pero fue en vano. La presidenta del bloque, Silvia Augsburger, también santafesina, se opuso tenazmente y la mayoría de los suyos la acompañaron.
Eran más de las dos de la mañana y hubo un momento de incertidumbre. Alberto Fernández, por teléfono, ayudaba a Rossi y a Alberto Cantero, a rechequear que estuvieran los votos propios y a convencer a los posibles eventuales aliados. Lo mismo intentaba hacer el ministro del Interior, Florencio Randazzo, por intermedio de los gobernadores. Al jefe de Gabinete le entró al celular una llamada de Olivos. “¿Qué está pasando?”, le preguntaron. Era la voz de Kirchner que mezclaba búsqueda de información con algo de preocupación. “Algunos que antes nos decían que sí, ahora nos dicen ‘dejámelo pensar’. Pero quedate tranquilo.”
Para entonces, un engripado y afiebrado Raimundi había hablado con Basteiro, con Solá, con el peronista disidente Jorge Sarghini, con el radical Alejandro Nieva y con el kirchnerista disidente Enrique Thomas, es decir, con todos los que aceptaban de un modo u otro la movilidad de las retenciones. La idea era hacer una reunión general con el oficialismo para generar un proyecto de consenso que sólo dejara afuera a la Coalición Cívica y al PRO. Macaluse se lo propuso a Rossi y Fellner y éstos no aceptaron. Fue allí que el bloque del SI resolvió no votar el proyecto oficial por considerarlo fruto de una imposición y no de un acuerdo.
Cuando amaneció, mientras seguía la lista de oradores, el oficialismo confirmó que tenía los votos asegurados. Sólo era cuestión de esperar al mediodía y votar. Se asustaron un poco cuando vieron que la Cámara estaba casi repleta, y en consecuencia, que ya no les sobrarían tantos votos como pensaban. Pero les alcanzó para festejar antes de sumergirse en una cura de sueño.
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