miércoles, 2 de julio de 2008

OTRA MIRADA



DEMOCRACIA ACTUAL Y FASCISMO SOCIAL


por Deny Extremera


para LA VENTANA Portal de LA CASA DE LAS AMÉRICAS




foto: Boaventura Sousa Santos
Uno de los más destacados analistas de la izquierda mundial y autor de conocidos libros como Crítica de la Razón Indolente, La globalización del derecho, Reinventar la democracia. Reinventar el Estado y El milenio huérfano. Ensayos para una nueva cultura política, Boaventura de Sousa Santos(*) figura entre los principales impulsores del Foro Social Mundial y durante los últimos años se le ha reconocido como ideólogo cardinal de la globalización alternativa e imprescindible reformador de la teoría democrática y social. El sociólogo portugués, miembro del jurado del Premio Casa 2006, nos habla de la democracia participativa, la necesaria reinvención del Estado y otros temas de actualidad.







¿Cómo avanzó, a grandes rasgos, el proceso histórico que nos ha llevado a este momento en que, como enuncia en su conocido libro, es preciso reinventar la democracia, reinventar el Estado? ―Desde el siglo XVIII se desarrollaron las formas de democracia, en los países europeos, después en el Atlántico Norte, las formas de democracia directa de las cuales hablaba Rousseau en sociedades muy pequeñas en que todos participan, todos deciden, todos gobiernan. Después, las formas de democracia participativa, las formas de democracia liberal, y luego otras que se fueron apareciendo, por ejemplo, en los países de Europa Oriental y el Socialismo Real que son las democracias populares. Después, las democracias desarrollistas, en América Latina y también en África. Además, las promovidas por el Movimiento de Países No Alineados, que no eran ni las del capitalismo liberal ni las del centralismo democrático del partido único en Europa del Este. Hubo un momento en que la redistribución social se hizo a través del juego democrático en bastantes países y surgió una tensión, muy grande, entre democracia y capitalismo. Sabemos que en las formas de los países del Norte desarrollados esta redistribución nunca fue una redistribución incompatible con el capitalismo, pero forzó al capitalismo a cambiar, y eso Marx lo muestra muy bien en el capítulo 10 del primer volumen de El Capital cuando habla de la jornada de trabajo. Claro que los capitalistas no querían una reducción de la jornada de trabajo, pero los mejores se adaptaron a las nuevas reglas, y los que no se adaptaron fueron a la bancarrota. Desde el Consenso de Washington, en los ochentas, empieza toda una lucha neoliberal por el comercio libre, que es una trampa pues es comercio libre sólo para los países desarrollados, y como el neoliberalismo buscaba producir un Estado débil promovió una democracia sin redistribución, y repentinamente el Banco Mundial y el FMI la imponían en esa forma de baja intensidad. Una democracia en tensión con el capitalismo, que tenía algunas señas de ser una democracia de alta intensidad, con bastante participación de los ciudadanos, de los partidos, sindicatos, movimientos sociales, se transforma totalmente en una democracia de baja intensidad. O sea, tienes que elegir cada cuatro años a tus representantes, tienes derechos civiles y políticos, pero no puedes esperar del Estado la protección que la democracia inicialmente pretendía realizar y que tuvo un mismo nombre en Europa, la socialdemocracia, o sea, el Estado de bienestar, etc. Era un grupo muy pequeño de países el que tenía este Estado de bienestar, pero cuando la independencia de los países de África, sobre todo en los ´50 y ´60, muchos de esos países intentaron realizar formas nuevas de redistribución social, fue lo que se llamó el Estado desarrollista, que también surgió en América Latina. Toda esta tradición, que es muy compleja, que tiene una política muy fuerte por detrás, ha sido reducida a esa forma de democracia de baja intensidad… Es interesante destacar que en los países del Sur hubo experimentos muy interesantes de democracia. ¿Qué experiencias ha apreciado en los últimos años? ―Más recientemente, por ejemplo, el presupuesto participativo, que se inició en Porto Alegre y que hoy existe en muchas ciudades de América Latina, de Europa y estados enteros en India. Esto fue una innovación democrática que no vino del Norte, de la práctica de los países desarrollados, sino de los subdesarrollados. Pero esta práctica también es completamente ignorada porque es una forma de redistribución social. Entonces esta historia rica de tradición e innovación democrática ha sido cortada para dar lugar a una forma de democracia de baja intensidad. Imponen el ajuste estructural, el comercio libre y también la democracia. Eso se está haciendo en el mundo. Lo primero es denunciar este sistema en curso actualmente y pensar lo que podemos hacer. Claro que muchos podrían decir, “pero entonces la democracia es una trampa capitalista y hay que ignorarla completamente, vamos adelante con otros conceptos”. Yo no, yo pienso que lo que hay es que reinventar la democracia, no dejar al capitalismo el beneficio de quedarse con el patrimonio democrático, porque es un patrimonio de luchas sociales en las que mucha gente murió, en las que muchos ciudadanos, muchos patriotas, muchos movimientos, muchos partidos, muchos sindicatos sufrieron dificultades, opresiones, presiones, prisiones, como en las dictaduras en América Latina hasta los ´80. Es necesario reinventar, pero para ello es necesario producir una imagen fuerte de la situación en que vivimos. Sería como una forma de barrer espejismos y ambigüedades para una apreciación cabal que es imprescindible al cambio, ¿no? ―Mucha gente piensa que si hay democracia, votos, partidos libres, etc., todo está bien. Esa idea es falsa. En nuestra tradición, por ejemplo en los países del Norte y en América Latina, predomina la idea de que si la sociedad es democrática no hay fascismo, porque el fascismo que conocimos fue político, el de partido único, de derecha, contra el pueblo, como lo tuvimos en Portugal, en España, en Italia y Alemania. La idea que traigo es ésta: cuando pensamos que estas sociedades son democráticas y de ninguna forma fascistas estamos aceptando una visión errada de ellas. Cuando la democracia pasó a ser de baja intensidad, pasamos a vivir en sociedades que son políticamente democráticas pero socialmente fascistas. El fascismo no es un régimen político ahora, es un régimen social, porque cuando la democracia deja de tener virtudes redistributivas, es decir, mejorar las condiciones de vida y el bienestar de las clases populares, permite que en ausencia del Estado los más poderosos asuman un derecho de veto sobre la vida y la sobrevivencia de los más débiles. Hay diferentes formas de fascismo: este, el de la inseguridad del obrero; el apartheid social: en muchos países aparecen comunidades donde hay bellísimas torres de apartamentos o zonas residenciales cerradas, protegidas por muros altos electrificados y con policías de seguridad… Son sociedades sin el apartheid político de África del Sur pero sí con el social, divididas, en las que una parte tiene miedo de la otra… Y eso es lo que está pasando en América Latina, en las grandes ciudades: de un lado las barriadas, del otro los condominios cerrados. En Brasil, por ejemplo, hay niños que nacen y crecen en esos cotos cerrados, tienen escuelas, hospitales, todo, y no ven la sociedad en su conjunto hasta la universidad. Experimentan simplemente el barrio alto donde viven. ¿Qué hacer frente a estos fenómenos de segregación-exclusión? ―Hay que producir una imagen desestabilizadora, una imagen que problematice las cosas. Y hay que buscar las tradiciones democráticas tanto en el Norte como el Sur, y para mí las más creativas deben tener dos condiciones: son de participación intensa de las comunidades, en partidos, sindicatos, ONGs, movimientos sociales, y, además de eso, tienen redistribución social. Sin redistribución social, sin la lucha por la igualdad, no puede lograrse realmente una democracia de alta intensidad. Y esa búsqueda pasa por varios mecanismos, y uno de ellos es redescubrir la participación social. La gran mayoría de los regímenes hoy tienen miedo de la participación popular porque no la controlan, porque puede tener resultados que no desean. En las condiciones del siglo XXI ya no basta luchar por la igualdad, es necesario también luchar por el reconocimiento de la diferencia. Las luchas obreras del pasado olvidaron muchas formas de opresión y discriminación: contra las mujeres, contra los negros, los deficientes, los homosexuales… Hay que recuperar todas estas luchas contra otras formas de discriminación, el racismo, sobre todo. En América Latina me parece que es hoy muy fuerte el racismo, y hay que enfrentarlo a través de la inclusión del derecho a la diferencia que tienen las culturas afro-descendientes e indígenas, sus universos históricos y culturales, sus rituales. Todo ello debe ser reconocido dentro de un marco de transculturación, como decía Ortiz; es decir, la idea de una inter-culturalidad que hay que rescatar y que la teoría democrática no reconoció durante mucho tiempo porque reconocía simplemente a los ciudadanos, en su conjunto, y bajo esa concepción se mató a indígenas, por ejemplo. Cuando se crearon las Naciones Unidas, la mayoría de los países latinoamericanos decían que no tenían minorías étnicas. Y todos las tenían e, incluso, en algunos eran mayorías. REINVENTAR Y RECUPERAR EL ESTADO ¿Qué rol concede al Estado y sus relaciones con otras fuerzas de la sociedad en esta alternativa democrática? ―El trabajo, durante mucho tiempo, fue un recurso o factor de producción, así lo entiende el capitalismo. Y así Marx lo denunció. Pero con la evolución de las luchas obreras, el trabajo dejó de ser un recurso natural, recurso o factor de producción, para pasar a ser una relación social. Es decir, el trabajador no es simplemente un puesto de trabajo, es una persona, una familia, tiene necesidades sociales, económicas, culturales… Y tiene derechos. Y ahí el Estado tuvo un papel muy importante, porque el Estado moderno, cuando surge, lo hace muy lentamente y a través de las luchas populares, democráticas, para crear lo que llamo relaciones no mercantiles entre la gente. O sea, yo estoy enfermo, soy pobre y necesito un médico, una de dos: o hay un servicio nacional de salud o si no tengo plata muero. Así se crearon los servicios nacionales de salud. Todos los servicios públicos, toda la tradición de derechos sociales y económicos, son asegurados a manera de creación de interacciones no mercantiles. Lo que enfrentamos después de los ´80 y con la caída de la alternativa social en el Este, es que el Estado busca transformar todas las interacciones en interacciones mercantiles. Ahora es el Estado el que está privatizando: la salud, la educación, la seguridad social… Ya no es un Estado de creación de bienes públicos sino privados. Sobre todo bajo la influencia del capital trasnacional, el Banco Mundial, el FMI… Entonces, la redimensión de la democracia, a mi juicio, debe ir a la par de la redimensión del Estado. Pienso que fue un error para muchas izquierdas en muchos países el pensar que el Estado se había convertido en instrumento del capitalismo y punto, y que entonces no debemos luchar por transformarlo porque se tornó obsoleto, sino encontrar un gobierno mundial, una democracia global… Mi idea es que como mismo debemos reinventar la democracia, es preciso reinventar el Estado. Porque no tenemos otra institución política donde podamos reivindicar los derechos universales: civiles, políticos, sociales, económicos y culturales. No hay ninguna alternativa en estos momentos, y mientras no la haya el Estado debe ser fortalecido, pero debe ser mucho más participativo, basado en la participación social. ¿Por qué? Porque el Estado hoy se ha trasnacionalizado de alguna manera en las sociedades que sufren presiones de los organismos financieros internacionales, y las presiones desde abajo no son muy fuertes. Sin participación popular, sin presión, el Estado va a ser capturado por las grandes trasnacionales, por los intereses del capitalismo global. Y debe ser reinventado a través de dos ideas: los gastos deben ser organizados participativamente, de una manera semejante al presupuesto participativo, y los impuestos que el Estado cobra debe cobrarlos a través de un cierto límite, sólo después de decir con transparencia para qué es ese dinero. La persona debería tener el derecho de no pagar impuestos si no sabe para qué será. Es una forma nueva de producir participación popular, pues no se trata sólo de gastos, sino del dinero que el Estado recibe. Digámosle tributación participativa. ¿Qué pasa hoy en muchos países? La corrupción es endémica, estructural. ¿Cómo enfrentarlo? Lo vimos con el presupuesto participativo en Porto Alegre. En América Latina, con elecciones cada cuatro o seis años, ha sido frecuente el paso de gobiernos que en el poder hacen todo lo contrario a su plataforma electoral… Con cada gobierno cambian los programas o quedan incompletos o no se realizan, no hay una línea estatal definida, estable… ¿Cómo se resuelve esta dicotomía entre políticas de partido, políticas de Estado, lapsos temporales de gobierno? ―El reto es desarrollar formas democráticas de alta intensidad que no sean dictaduras ni democracias gringas, que permitan resolver el problema: básicamente, que los partidos, en este marco neoliberal, dejaron de tener control sobre la agenda política. La razón del no cumplimiento de promesas es también endémica, estructural: los partidos, al llegar al gobierno, caen bajo las presiones enormes de los organismos financieros internacionales, de los Estados Unidos y otros. Pero ningún partido podría ser elegido reconociendo que debe obedecer a esas presiones. Los programas pasaron a ser una mentira necesaria para la elección. Y así apareció esta fractura entre las políticas de partido y gobierno, porque la política de un partido, cuando está en la oposición, sigue siendo una lucha que permita hacer convergir ciudadanía con nacionalismo, en el sentido de lealtad al Estado: yo soy leal al Estado porque éste me hace ciudadano, me da derechos. Pero si en el poder mi función es eliminar los derechos de los ciudadanos, ya no estoy garantizando esta unidad entre nacionalidad y ciudadanía. Los partidos se ven en este dilema: en el poder sufren las presiones de los poderes mundiales, favorables no a la nacionalidad sino a la trasnacionalidad hegemónica, la globalización neoliberal, y por eso se produce la pérdida de la ciudadanía. El voto es necesario, pero no puede ser suficiente, se precisan mecanismos de democracia participativa a nivel local, regional y nacional que complementen la política de los partidos. Sólo con la democracia participativa puede controlarse la política de los partidos en el poder y hacerla convergir con sus promesas. En América Latina se están desarrollando formas nuevas de democracia. Pienso que Chávez lo está haciendo en Venezuela con la economía popular, por ejemplo. Las cooperativas, las mutualidades, organizaciones locales, pequeños comercios son esenciales para crear autonomía ciudadanía, porque permiten un enfrentamiento a nivel local y nacional con los intereses de las trasnacionales. Hay que crear no solamente consumidores, que es la trampa de la economía neoliberal, sino ciudadanos. Y para crear ciudadanos hay que crear productores, y producir nuevas formas de economía solidaria, que están emergiendo hoy con mucha fuerza en varios países con apoyo estatal pero sin ser estatales. Es un dominio intermedio que no es Estado ni mercado, es lo que llamamos el Tercer Sector, un sector privado no lucrativo que está dando nuevas energías de participación ciudadana. El caso de Bolivia, por ejemplo. Va a haber una asamblea constituyente, y me han llamado para ayudarles a formular en la constitución las formas de democracia participativa. La idea no es destruir la democracia liberal, porque, además, fue la que trajo a Evo Morales al poder: vamos a enriquecerla, porque si no lo hacemos pasará lo mismo que con Lucio Gutiérrez y otros, o sea, la traición que no es de desvío sino estructural, por presiones trasnacionales que se hacen más fuertes que las de abajo. Debemos construir presiones desde abajo, y deben ser continentales. Nuevas formas de integración para nuevas formas de participación popular. Nuevas formas de articulación económica. Nuevas formas de producción, que están emergiendo en Venezuela y otros países, en Brasil, en Uruguay, en Argentina, veremos lo que pasa en Chile y dentro de poco en México, con López Obrador. Las energías hoy están en articulaciones entre formas de democracia liberal y formas de democracia participativa, y a mi juicio, es el camino en un contexto donde para los poderes ya no son necesarias las dictaduras militares pues, como dice Noam Chomsky, los mercados financieros son los que producen la obediencia. Organismos internacionales contra estados nacionales, trasnacionalidad contra nacionalidad… ¿Se precisan cambios en el orden mundial y las relaciones internacionales para que sean viables a gran escala proyectos alternativos de democracia? ―Estoy seguro de que sí, y el debate del Foro Social Mundial gira en torno a ello, entre quienes piensan que tenemos que reformar radicalmente las instituciones internacionales, y aquellos que estiman que debemos abandonarlas y sustituirlas por otras. Yo creo que en algunos casos deberemos reformar. La ONU, por ejemplo, hay que reformarla democráticamente y hay en curso una lucha internacional muy interesante al respecto en este momento. En cuanto a los otros, no sabemos lo que va a pasar. Debemos hacer las dos luchas. Las luchas democráticas nunca son maximalistas, hay que intentar reformar por dentro y por fuera, y ahí tenemos a la OMC, donde Brasil, India y África del Sur lograron realmente paralizarla. Debemos luchar también por crear una nueva institucionalidad, alguna organización podrá restaurar el prestigio que tenía, la UNCTAD, por ejemplo, como forma de garantizar la presencia de los países más pobres dentro del comercio internacional a través de condiciones más equitativas de competencia. Es necesario que los países desarrollen una cada vez mayor independencia de las presiones de estos organismos, y esa independencia se puede lograr por razones y con apoyos económicos o políticos. Si no se abren paso estas nuevas formas de democracia, ¿en qué escenario puede desembarcar la humanidad? ―Estas nuevas formas democráticas buscan un nuevo contrato social, porque el contrato social moderno capitalista fue muy excluyente y los neoliberales impusieron un contrato individual. La idea del contrato social se puede renovar, pero la humanidad necesita combinar a éste con el contrato de la naturaleza. Necesitamos realmente otro tipo de desarrollo sostenible, otra manera de ver la naturaleza. Hemos cometido, además de muchos otros, crímenes ecológicos. Los indígenas, por ejemplo, o los campesinos de África, con quienes he trabajado, nos enseñan cosas maravillosas, otro concepto de desarrollo, de relación con la naturaleza. La dignidad humana no se separa de la dignidad de la naturaleza. Tenemos que rescatar esas concepciones. La energía es fundamental, y urge diversificar las fuentes energéticas. Es la innovación sociológica y política que necesitamos si queremos realmente asegurar un futuro para la humanidad, porque una de las trampas de la concepción occidental de los derechos humanos, al contrario de los indígenas y otras llamadas minorías, es que estamos preocupados solamente por las generaciones presentes, no por las futuras. Según esa concepción, podemos dar derechos a quienes podamos exigir deberes; a la naturaleza no le podemos exigir deberes, por tanto no tiene derechos, y tampoco a las nuevas generaciones, porque no existen. Hay que tener otra lógica para que la humanidad pueda pensar en un futuro.





(*) Boaventura de Sousa Santos. Coimbra, 1940. Ensayista y profesor portugués. Doctor en Sociología del Derecho por la Universidad de Yale. Ha desarrollado una amplia labor docente en universidades de su país y el extranjero, especialmente en la Universidad de Wisconsin-Madison, Los Andes y la London School of Economics. Entre las múltiples distinciones y premios recibidos se destacan el Premio Pen Club Portugués por el volumen Pela Mão de Alice: O Social e o Político na Pós-Modernidade (1994); el nombramiento Gran Oficial de la Orden de Rio Branco, concedido por el Presidente de la República de Brasil (1996); el Premio Gulbenkian de Ciencia 1996; el Premio Jabuti, en el Área de Ciencias Humanas y Educación (2001), así como el Premio Euclides da Cunha de la Unión Brasileña de Escritores de Rio de Janeiro (2004), y el “Reconocimiento al Mérito”, concedido por la Universidad Veracruzana, México (2005). Es autor de decenas de artículos y capítulos de libros, así como compilador y coordinador de varios volúmenes de ensayo. Trabaja como profesor e investigador en la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra y en el Centro de Estudios Sociales, Colégio de San Jerónimo, respectivamente. Obras suyas: Leis da Família (1963), Democratizar a Universidade. Universidade para quê para quem? (1975), A Justiça Popular em Cabo Verde. Estudo Sociológico (1984), Sociología del Derecho y del Estado (1991), Estado, Derecho y Luchas Sociales (1992), Reinventar a democracia (1998), A Cor do Tempo Quando Foge (2001), Democracia e participação. O caso do Orçamento Participativo de Porto Alegre (2002), La caída del Angelus Novus: ensayos para una nueva teoría social y una nueva práctica política (2003), A Universidade no século XXI: Para uma Reforma Democrática e Emancipatória da Universidade (2004), Reinventar la democracia. Reinventar el estado (2004) y El milenio huérfano. Ensayos para una nueva cultura política (2005).

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