A Luis Garello lo secuestraron en agosto de 1976 cuando intentaba poner en marcha un sindicato de supervisores petroquímicos. Su hija sospecha que fue delatado por dirigentes gremiales. Se presentó en la Justicia como querellante.
Paola Garello necesita completar la historia fragmentada que tiene de su padre. A Luis lo secuestró un grupo de tareas la noche del 25 de agosto de 1976, en la calle Balcarce, entre Ame-ghino y Coletta de Campana. El, con 32 años, intentaba poner en marcha su proyecto de un sindicato de supervisores petroquímicos junto a su compañero Silvio Toniolli, también desaparecido. Esa idea no pudo materializarse más que en algunos papeles con los que comenzaba a cobrar vida. Su rastro (como el de los dos compañeros de Petrosur, hoy Petrobras) se perdió en las profundidades de la última dictadura, pero queda la sospecha de que habrían sido delatados por dirigentes gremiales. Por eso, Paola se presentó en la Justicia de San Martín como querellante. Quiere saber qué fue de su padre y si Nelson Palacios, el actual secretario general del sindicato químico de Zárate-Campana, tuvo algo que ver con su desaparición.
“Mi padre estaba haciendo un trabajo sindical con otro compañero, pero el mismo día, a la misma hora, desaparecieron los dos. A Toniolli lo secuestraron en Zárate. Juntos iban a formar un gremio de supervisores petroquímicos, que ya estaba inscripto. Tengo entendido que hasta habían comprado un terreno en Zárate para hacerlo y tenían el papelerío. Estaba todo organizado”, dice Garello, una mujer de 36 años que es artesana y vive cerca de la cárcel de Campana.
Cuando se llevaron a su padre, ella tenía apenas cuatro años. Un uniformado le apuntó a la cabeza en medio de la cocina de su casa, mientras Mabel, su madre embarazada (tenía en la panza a Lucas, el más pequeño), intentaba protegerla como a sus otros dos hermanos, Cecilia y Pablo. Desde aquella noche del ’76, Paola no puede dormir a oscuras. Como mínimo una tenue luz debe acompañarla.
“Mi padre nació en Guaymallén, Mendoza, y se había recibido de licenciado en Ciencias Políticas. Era muy alto, barbudo, de tez cobriza. Por parte de mi abuela materna tenía descendencia indígena y de mi abuelo paterno, el apellido italiano. Le gustaba ir a la montaña y hacer fogones. Sé que también dibujaba, como yo, que por mi trabajo de artesana hago dibujos también. Supongo que esa veta artística me viene por él, aunque me enteré de lo que hacía a los 30 años”, agrega.
Luis Lorenzo Garello pasó casi toda su vida en Mendoza hasta que decidió trasladarse a Campana. Trabajaba como supervisor o jefe de control continuo en Petrosur y era ayudante de cátedra en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN). Paola consiguió unir algunos momentos de la militancia de su padre gracias al testimonio de un compañero que vive en Estados Unidos y al de otros detenidos-desaparecidos que sobrevivieron para recordar su historia y la de muchos más en el área militar Delta 400. “Un compañero de él que era estudiante en la UTN, me dijo que mi viejo era un esclarecido para la época. Tenía pensamientos demasiados avanzados en lo sindical, que ni siquiera se ven en la actualidad. Su padre, o sea mi abuelo, era radical, pero él se había hecho peronista de Evita”, señala Garello.
La búsqueda de Luis tiene un bache muy grande entre 1976 y 2004. Para Mabel y sus cuatro hijos, esos años fueron muy dolorosos. Paola los recuerda así: “Eramos como los bichos feos, éramos los hijos del desaparecido y cuando a mí me preguntaban de qué trabajaba mi papá, yo respondía: se lo llevaron unos hombres. ¿Y qué hombres? Unos militares malos, contestaba. ¿Tu papá es un desaparecido?, preguntaban de nuevo. Y me decían por qué no te vas a tu casa que tu mamá debe estar preocupada. En la escuela era lo mismo, con los docentes pasaba igual”.
A esta mujer que explica con serena firmeza que no les quiere dejar a sus hijos “un libro en blanco que no tenga escrito nada o muy pocas cosas con la historia del abuelo” y que aspira a llenar ese libro “con la vida corta de mi viejo, que me sigue enseñando cosas”, la impulsaron a buscar la verdad las investigaciones que inició en los centros clandestinos de Zárate-Campana el juez Federico Faggionatto Márquez.
“Me cayó la ficha cuando se abrió esa causa y tomé contacto con los sobrevivientes y empecé a conocer historias de otros hijos y a encontrarme con personas en mi misma situación. Mi mamá había empezado la búsqueda en el ’76, le pidió a un hermano que es militar retirado de la fuerza aérea que la ayudara a buscar a mi padre, pero no hizo el hábeas corpus. Cuando pasados los años yo no encontraba ese trámite, ella me contó que no lo había hecho porque mi tío la aconsejó que eso hubiera sido complicar la situación de mi viejo.”
Garello se topó con otras dificultades mientras juntaba datos sobre la desaparición. Las fotocopias de unas cartas en que los sindicalistas químicos y petroquímicos de la zona intercambiaban información con los militares del área Delta 400 no le sirvieron de mucho hasta ahora, pese a que especialistas no dudan de la autenticidad de esos textos. En uno lo mencionan a su padre (ver aparte). “Es la Justicia la que se tiene que encargar de dilucidar esto, pero cuando yo le dije a Sara Dorotier de Cobacho, la secretaria de Derechos Humanos bonaerense, que sobre Palacios pesaban acusaciones gravísimas, ella me respondió: ‘yo averigüé, hablé con diferentes personas que lo investigaron y me informaron que está limpio. También hablé con Martita Berra (otra ex detenida desaparecida) y le dije que se quedara tranquila, que el tipo estaba limpio’. Yo le respondí que no me podía quedar tranquila hasta que la Justicia se pronunciara y que si esa persona tenía sobre sí semejante acusación, debería limpiar su honor.”
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