por Susana Viau(Critica digital.com)
El lunes 7 de enero falleció el general de brigada (r) Juan Antonio Buasso, Llamado el último fusilador por que se opuso al secuestro que implemento la dictadura en la llamada guerra sucia. Lo despidieron tres avisos fúnebres el martes y miércoles siguientes. Sus familiares, unos pocos amigos y las promociones 75 del Colegio Militar de la Nación; 73 de la Escuela Naval Militar y 12 de la Escuela de Aviación Militar.
El general Buasso fue un duro entre los duros pero partidario de cierto legalismo que Videla, Masera y Agosti rechazaban.
Ningún medio nacional registró su paso al más allá.Curiosa indiferencia con quien, junto a otro general, Rodolfo Clodomiro Mujica, protagonizara uno de los más duros enfrentamientos en la cúpula del autoproclamado Proceso de Reorganización Nacional. La historia de Mujica y Buasso coincidió en situaciones clave. Ambos egresaron con las notas más altas, fueron los dos oficiales más brillantes de la promoción ´75; juntos ascendieron al generalato, en 1975, y juntos cayeron en desagracia en septiembre del año siguiente, cuando Jorge Rafael Videla los sacó del medio otorgándoles a cambio modestos destinos en el Estado Mayor Conjunto. Buasso iba a terminar revistando en la Jefatura de Personal hasta que unos meses más tarde fue pasado a retiro. Mujica, en solitario, ostentaba una marca: nacido en 1928 había llegado con 47 años al máximo rango, era el general más joven. Con Buasso compartía un segundo récord: no alcanzaron siquiera los 12 meses de actividad en el generalato. Nunca dos primeros promedios habían tenido una vida tan efímera en la cúspide del escalafón. La suerte de la carrera militar de Buasso y Mujica la había sellado una discusión metodológica, o no tanto. Enemigos de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) por considerar que la participación de oficiales de alta graduación en esos cuerpo francos corroía la cadena de mandos y, por lo mismo, la espina dorsal del Ejército, luego del golpe del ‘76 encabezaron las filas de quienes se oponían a la práctica de los secuestros y desapariciones. Sin embargo, no eran “palomas”, según la denominación de la época, sino “halcones”. Sus teorías acerca del rol que las Fuerzas Armadas debían tener en esa nueva intervención quedó expuesta durante una reunión de generales convocada por Videla. En ella sostuvieron que el Ejército no debía refugiarse en una deshonrosa represión subrepticia; propusieron implantar la ley marcial, consejos de guerra, realizar juicios sumarísimos e implementar pelotones de fusilamiento. Para demostrar su decisión se ofrecieron a integrar la corte marcial, Mujica en el rol de juez, Buasso en el de fiscal. No eran niños de pecho: Mujica había dirigido pelotones de fusilamiento en 1955, en el Comando de Sanidad, y reprimido el Cordobazo; Buasso venía de la VI Brigada de Infantería de Neuquén y de proteger oscuras acciones de sus subordinados. La postura que acaudillaban implicaba un abierto desafío a la sociedad civil, a la que obligaba asimismo a pronunciarse y tomar partido. El modelo era Augusto Pinochet. En el fondo, las ideas de Mujica y Buasso no hacían sino dejar drenar por una vía colateral la interna que crepitaba en el interior de las Fuerzas Armadas. El almirante Emilio Eduardo Massera, en aras de su íntimo y ambicioso proyecto político personal –ser heredero de Juan Domingo Perón, una tarea imposible para un marino- quería recortar el poder de Videla, separando los cargos de jefe del Estado y bomandante en jefe del Ejército, que estaban en sus manos. Propiciaba, en cambio, que Luciano Benjamín Menéndez ocupara la primera magistratura ; el general Roberto Viola pretendía mantener a Videla como presidente y reservar para sí la jefatura del Ejército; Buasso, Mujica, Acdel Vilas y Otto Paladino rechazaban la proclividad de Viola a los coqueteos con políticos y dirigentes gremiales, manejos tras los que creían adivinar una salida individual. Todas las fórmulas de acumulación de poder estaban sobre la mesa. Buasso y Mujica fueron los primeros perdedores de esa pulseada. Jamás volvieron a figurar en la historia militar. Bien visto, tal vez haya sido lo mejor.
Ningún medio nacional registró su paso al más allá.Curiosa indiferencia con quien, junto a otro general, Rodolfo Clodomiro Mujica, protagonizara uno de los más duros enfrentamientos en la cúpula del autoproclamado Proceso de Reorganización Nacional. La historia de Mujica y Buasso coincidió en situaciones clave. Ambos egresaron con las notas más altas, fueron los dos oficiales más brillantes de la promoción ´75; juntos ascendieron al generalato, en 1975, y juntos cayeron en desagracia en septiembre del año siguiente, cuando Jorge Rafael Videla los sacó del medio otorgándoles a cambio modestos destinos en el Estado Mayor Conjunto. Buasso iba a terminar revistando en la Jefatura de Personal hasta que unos meses más tarde fue pasado a retiro. Mujica, en solitario, ostentaba una marca: nacido en 1928 había llegado con 47 años al máximo rango, era el general más joven. Con Buasso compartía un segundo récord: no alcanzaron siquiera los 12 meses de actividad en el generalato. Nunca dos primeros promedios habían tenido una vida tan efímera en la cúspide del escalafón. La suerte de la carrera militar de Buasso y Mujica la había sellado una discusión metodológica, o no tanto. Enemigos de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) por considerar que la participación de oficiales de alta graduación en esos cuerpo francos corroía la cadena de mandos y, por lo mismo, la espina dorsal del Ejército, luego del golpe del ‘76 encabezaron las filas de quienes se oponían a la práctica de los secuestros y desapariciones. Sin embargo, no eran “palomas”, según la denominación de la época, sino “halcones”. Sus teorías acerca del rol que las Fuerzas Armadas debían tener en esa nueva intervención quedó expuesta durante una reunión de generales convocada por Videla. En ella sostuvieron que el Ejército no debía refugiarse en una deshonrosa represión subrepticia; propusieron implantar la ley marcial, consejos de guerra, realizar juicios sumarísimos e implementar pelotones de fusilamiento. Para demostrar su decisión se ofrecieron a integrar la corte marcial, Mujica en el rol de juez, Buasso en el de fiscal. No eran niños de pecho: Mujica había dirigido pelotones de fusilamiento en 1955, en el Comando de Sanidad, y reprimido el Cordobazo; Buasso venía de la VI Brigada de Infantería de Neuquén y de proteger oscuras acciones de sus subordinados. La postura que acaudillaban implicaba un abierto desafío a la sociedad civil, a la que obligaba asimismo a pronunciarse y tomar partido. El modelo era Augusto Pinochet. En el fondo, las ideas de Mujica y Buasso no hacían sino dejar drenar por una vía colateral la interna que crepitaba en el interior de las Fuerzas Armadas. El almirante Emilio Eduardo Massera, en aras de su íntimo y ambicioso proyecto político personal –ser heredero de Juan Domingo Perón, una tarea imposible para un marino- quería recortar el poder de Videla, separando los cargos de jefe del Estado y bomandante en jefe del Ejército, que estaban en sus manos. Propiciaba, en cambio, que Luciano Benjamín Menéndez ocupara la primera magistratura ; el general Roberto Viola pretendía mantener a Videla como presidente y reservar para sí la jefatura del Ejército; Buasso, Mujica, Acdel Vilas y Otto Paladino rechazaban la proclividad de Viola a los coqueteos con políticos y dirigentes gremiales, manejos tras los que creían adivinar una salida individual. Todas las fórmulas de acumulación de poder estaban sobre la mesa. Buasso y Mujica fueron los primeros perdedores de esa pulseada. Jamás volvieron a figurar en la historia militar. Bien visto, tal vez haya sido lo mejor.
NOTA EL CIUDADANO: Publicamos esta notas surgida en el portal crticadigital.com, que podes consultar en la sección de nuestro blog: "OTRO MEDIOS". Interesante esta nota que habla de militares que fueron legalistas, aunque es cierto siempre desde el estado de inconstitucionalidad que representa un golpe de estado. Por eso desde aqui nos quedamos con el recordado D`Andrea Mor, más olvidado aún y defenestrado por el propio ejercito, que desde el primer momento se opuso al golpe y a su politica de entrega, que fue la única causa verdadera del genocidio
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