MUERTES QUE DUELEN MÁS
Sí, indudablemente hay muertes que duelen más; si hoy hubiera muerto el dictador Videla seguramente nos hubieramos alegrado o quizás pensado porque no se pudrió más años en una carcel común y no vegetado en su departamento de la Avda Cabildo. Sinembargo hay muertes a las que uno le resulta difícil acostumbrarse, como no nos acostumbramos a no leer más las editoriales de la contratapa de Osvaldo Soriano en Página, los domingos sin Tato, los viernes sin el negro Olmedo, los cuentos del Negro Fontanarrosa, las tardes de radio sin Castello, y ahora nos costará estar sin el humor sagaz y repentino de este gigante petiso, sin su fina ironía y sin sus magistrales reportajes donde siempre hay un motivo para romper el hielo, hoy murió Jorge Guinzburg y el espectaculo y la cultura lo lloran, su Diógenes y el linyera se perderán tristes por alguna plaza de la ciudad.
SU PERFÍL
Definir a Jorge Guinzburg no resulta fácil. Periodista, conductor, guionista, humorista, publicista. Su ductilidad lo llevó casi por todos los recovecos profesionales de los medios. Entrevistador sagaz, incisivo, pero al mismo tiempo simpático, fue una marca que instaló desde sus primeros programas. Pero tenía dos cualidades que lo diferenciaban de los demás: era inteligente e informado.El problema radica en que hay que usar el verbo en pasado. Murió esta mañana en una clínica de Buenos Aires, a los 59 años. Desde hace unos días estaba internado en el Mater Dei con diagnóstico de infección pulmonar. Allí lo acompañaban su mujer, Andrea Stivel, y sus dos hijos: Sasha, de 19, e Ian, de 17.Cuando tuvo que explicar su enfermedad, en una entrevista contó: "Es consecuencia de un tema histórico, mi viejo problema bronquial. Un resabio de mi infancia que cada tanto, me juega una mala pasada. Y este año (2007) me afectó más que de costumbre".Guinzburg era porteño. "No sé exactamente de qué barrio soy. Unos dicen que se llama Santa Rita, otros dicen Villa Mitre... Digamos que queda entre Flores y Villa del Parque. Lo que sé es que nací en el Hospital Israelita, donde mi abuela trabajaba de enfermera", explicó a Clarín el año pasado.Creció escuchando radio, tal vez un fuerte impulso para definir su profesión. "Los radioteatros que escuchaba mi vieja mientras yo hacía la tarea, a las 6 llegaba El Zorro, a las 6 y media Sandokán, a las 7 Qué pareja, a las 7 y media El Glostora tango club, a las 8 Los Pérez García— y los juegos asociados", recordaba con precisión de fanático.Cuando tuvo que elegir una carrera, se anotó en Derecho, junto a su amigo del colegio —y luego compañero profesional— Carlos Abrevaya (murió en 1994). Pero también juntos decidieron abandonar la carrera: "Dimos un examen, nos sacamos un 3 y dijimos no tiene sentido seguir con esto. Bajamos las escalinatas de la facultad, tomamos el 124, fuimos al Café la Humedad, jugamos al billar y nos sentimos aliviados".Más tarde, Abrevaya eligió Filosofía y Guinzburg el Profesorado de Arte Dramático. Jorge se ganaba la vida con un taxi. Pero ambos, en las horas que tenían libres, escribían textos que más tarde se convertirían en guiones. Le llevaron material a Juan Carlos Mareco, quien necesitaba un libretista. A los pocos días ya eran parte de "Pinocheando" por Rivadavia.Ahí comenzó el camino que quería y buscaba. Con el tiempo participó en títulos emblemáticos: Satiricón y la historieta Diógenes y el linyera (en la contratapa de Clarín) en gráfica, El ventilador y Punto G en radio. Un lugar aparte merece La Noticia Rebelde, un programa que revolucionó la televisión y la forma de hacer humor. Ya sobre el final llegarían La Biblia y el Calefón y Mañanas Informales.El reconocimiento lo tuvo en audiencias masivas. Pero también en galardones. Ocho Premios Clarín Espectáculos y diez Martín Fierro muestran el nivel que había adquirido.El 2007 lo castigó duro. Tuvo una neumonía y un "derrame pleural" que lo alejaron de la pantalla. "Fue un año difícil, con dos meses en los que me agitaba con sólo vestirme. Uno de los peores días fue el 9 de julio: yo acostado, el médico al lado y la nieve a través de la ventana. La gente armaba muñecos y yo estaba hecho bolsa", contó.Hasta último momento le peleó a su enfermedad. "Soy un luchador en todo, no soy de rendirme". La muerte le llegó hoy, en el final de este verano porteño.
Si el paraiso existe; y ojalá exista se los dice un agnóstico; seguramente Dios estára feliz de completar su show que todas las noches animan Castello y Abrevaya, y luego en una eterna madrugada y al final del Show se reunirán en un cafe del cielo a conversar de politica, fútbol y porsupuesto mujeres con Soriano, Tato, Fontanarosa al son de un blues que tocará el gordo Fast Fernández. Pero la pucha que bronca da que la gente buena se vaya tan rápido. LUIS SELLÁN
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