Por Martín Caparrós/Crítica digital
"Es horrible saber que lo que uno iba a ser ya sucedió: quedarse sin futuro."
Lo imagino en esa rara soledad del hombre que se ha quedado sin futuro. Él, que basó su vida en la idea de futuro: que vivió por ella, para ella".
Lo imagino en esa rara soledad del hombre que se ha quedado sin futuro. Él, que basó su vida en la idea de futuro: que vivió por ella, para ella".
El socialismo supo ser la versión actualizada y laica del concepto más eficiente de la tradición judeocristiana: que el mañana nos pertenece, que estamos mal pero vamos bien, que si hacemos ahora los sacrificios necesarios todo va a ser infinitamente mejor en el futuro. La diferencia entre la promesa socialista y la cristiana fue que el socialismo, materialista, al fin, no podía diferir sus logros a otros mundos perfectamente hipotéticos; precisaba demostrarlos en éste. Para conseguirlo -porque creían en esa promesa-, muchos hombres tuvieron la mala suerte y la fortuna de morir peleando y no tener que realizar sus hipótesis; sería, en síntesis, la Gran Guevara. Y unos pocos, muy pocos, vivieron y vencieron para tener que concretar lo que decían: de todos ellos, Fidel Castro Ruz es el ejemplo más notorio.
(Fidel Castro Ruz también es la peor refutación de esa idea socialista de que no son los hombres aislados sino los pueblos los que hacen la historia: un caso de individualismo exacerbado, extremo. Si Castro hubiera hecho su trabajo, su renuncia de estos días sería pura anécdota. Está claro que no lo es. Hace cuatro años, Castro se cayó en un acto y se rompió el brazo y la rodilla; cuando lo iban a operar, dijo el parte oficial, Castro "explicó a los médicos que dadas las circunstancias actuales era necesario evitar la anestesia general para estar en condiciones de atender numerosos asuntos importantes (...). Así, todo el tiempo, continuó recibiendo informaciones y dando instrucciones sobre el manejo de la situación". Era patético: un señor mayor que había gobernado tanto tiempo y no podía darse el lujo de relajarse -en una mesa de operaciones- dos o tres horas para que lo curaran; un señor mayor que había fracasado en organizar un gobierno y una sociedad para que pudieran prescindir de su presencia esas dos o tres horas).
En cualquier caso, a pesar de ataques y caídas, Fidel Castro Ruz se pasó los últimos 49 años y 49 días en el poder construyendo un futuro de su país. Vivió de eso y para eso, y ahora se le acabó. Debe ser terrible encontrarse con que tu compañero más fiel, el sostén de tu vida, ha desaparecido. Eso es lo que dijo -lo que terminó de aceptar, tras haberlo negado tanto tiempo- Castro en estos días pasados: que ya nunca será más que esto. Que todo el futuro que le queda es esta zozobra de imaginar qué quedará mañana de este presente que fue armando a lo largo de todos esos años -cuando tenía un futuro-. La angustia de preguntarse cuánto tardará la república de Cuba en retomar su lugar natural -pequeño, intrascendente- en el mapa del mundo. Y preguntarse, si acaso, qué dirán de su vida los libros del mañana, pero por pura curiosidad malsana, ya sin ninguna posibilidad de intervenir, comiéndose las uñas en la impotencia más perfecta: él, que fue el poder; él, que siempre pensó que hacía la historia y que la historia lo absolvería y que el futuro sería suyo.
Para todos es -debe ser- horrible saber que lo que uno iba a ser ya sucedió: quedarse sin futuro. Para nadie peor que para su devoto mayor, su perro fiel, el ex presidente Fidel Castro, que ya es sólo presente fugitivo.
(Fidel Castro Ruz también es la peor refutación de esa idea socialista de que no son los hombres aislados sino los pueblos los que hacen la historia: un caso de individualismo exacerbado, extremo. Si Castro hubiera hecho su trabajo, su renuncia de estos días sería pura anécdota. Está claro que no lo es. Hace cuatro años, Castro se cayó en un acto y se rompió el brazo y la rodilla; cuando lo iban a operar, dijo el parte oficial, Castro "explicó a los médicos que dadas las circunstancias actuales era necesario evitar la anestesia general para estar en condiciones de atender numerosos asuntos importantes (...). Así, todo el tiempo, continuó recibiendo informaciones y dando instrucciones sobre el manejo de la situación". Era patético: un señor mayor que había gobernado tanto tiempo y no podía darse el lujo de relajarse -en una mesa de operaciones- dos o tres horas para que lo curaran; un señor mayor que había fracasado en organizar un gobierno y una sociedad para que pudieran prescindir de su presencia esas dos o tres horas).
En cualquier caso, a pesar de ataques y caídas, Fidel Castro Ruz se pasó los últimos 49 años y 49 días en el poder construyendo un futuro de su país. Vivió de eso y para eso, y ahora se le acabó. Debe ser terrible encontrarse con que tu compañero más fiel, el sostén de tu vida, ha desaparecido. Eso es lo que dijo -lo que terminó de aceptar, tras haberlo negado tanto tiempo- Castro en estos días pasados: que ya nunca será más que esto. Que todo el futuro que le queda es esta zozobra de imaginar qué quedará mañana de este presente que fue armando a lo largo de todos esos años -cuando tenía un futuro-. La angustia de preguntarse cuánto tardará la república de Cuba en retomar su lugar natural -pequeño, intrascendente- en el mapa del mundo. Y preguntarse, si acaso, qué dirán de su vida los libros del mañana, pero por pura curiosidad malsana, ya sin ninguna posibilidad de intervenir, comiéndose las uñas en la impotencia más perfecta: él, que fue el poder; él, que siempre pensó que hacía la historia y que la historia lo absolvería y que el futuro sería suyo.
Para todos es -debe ser- horrible saber que lo que uno iba a ser ya sucedió: quedarse sin futuro. Para nadie peor que para su devoto mayor, su perro fiel, el ex presidente Fidel Castro, que ya es sólo presente fugitivo.
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